No recuerdo un solo momento en el que no haya recibido su apoyo, ni puedo recordar alguna vez que me diese la espalda. Al contrario, la recuerdo alentándome ante cualquier tropiezo, animándome a ser quien yo quisiera, alegrándose más que yo de mis triunfos y acariciando mi frente si caía enferma, como si pensara que así podría transmitirme toda su energía para sanarme. La recuerdo siempre anteponiendo la felicidad de los suyos a la suya propia. Incluso intentando hacer felices a los no tan suyos. Tan buena, tan humana. ¿Quién ante la pregunta "qué pedirías si te concedieran un deseo” contestaría “que fueseis felices”? Mi madre. Pese a las muchas dificultades y el poco tiempo de que disponía, nunca desatendió su labor de madre y la ejerció de forma suave, con un cariño inmenso.
Hoy por hoy sigue estando ahí, intentando allanarme el camino desde primera hora de la mañana (cómo te echaré de menos cuando no viva aquí). De ella he aprendido a ser paciente y a luchar sin descanso. De ella he aprendido cuánto se puede ayudar simplemente con ternura.
Así que el día de la madre le hice ésta tarta de chocolate y naranja en un intento de hacerla tan feliz como ella me hace a mí.
¡Te quiero, mamá!
Me encanta el post, el pastel, las flores, las fotos y la madre!!!
ResponderEliminarCuidando hasta el último detalle. PRECIOSO!
Jo, muchas gracias María. Espero conseguir q te guste todo lo demás q vaya colgando. Un beso
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